Desde dónde vienen las palabras

Carolina Alonso C.

El lugar desde el cual cuento mi historia hace toda la diferencia; así como el lugar desde el que hablo en una conversación difícil también hace toda la diferencia.  En este momento de mi vida me siento segura, en paz; amada y conectada conmigo misma, me siento guiada y acompañada por Jesús y sostenida por Dios siempre. Así que cuento mi historia desde el amor, desde la compasión conmigo y con todos los involucrados.

Antes (hasta hace, di tú, un par de meses) no era así, yo buscaba en mi historia evidencia de lo malos que habían sido los otros y también yo.

¿Qué pasó? Viajé con mi mamá a México, estuvimos en el Hostal de la Luz en Tepoztlán durante 6 días y 3 días en el DF.  El viaje en sí mismo fue muy sanador para mi relación con mi mamá y creo que mi disposición a estar con ella de una manera distinta creó el contexto de posibilidad para lo que experimenté en el Hostal. Después de 3 días de terapias y meditación, escuché a Jesús hablándome en mi cabeza. Y esa noche mi cuerpo se movió sin mi control hasta el amanecer; desde ese día, cada vez que cierro los ojos y pienso en las frases iniciales que escuché, entro en ese estado de "desprendimiento del cuerpo" y puedo escucharlo.

Este resumen ejecutivo de la experiencia no da cuenta de ella, claro. Pero no es mi intención explicar algo que no se puede explicar... Lo que hoy veo es cómo cambió mi mirada, cómo cambió "el lugar" desde el que veo mi historia para contarla. También hablo conectada con este nuevo centro, si puedo llamarlo así.

Las palabras pueden ser puñales y también pueden ser lámparas...

Mi hermano se fue de la casa cuando yo tenía 15 años después de una pelea horrible entre él y mi papá, con mi mamá involucrada (años después mi hermano me dijo que ese día él se dio cuenta de que físicamente era más fuerte que mi papá y que si seguía ahí llegaría a pegarle y... era mejor irse).  Cuando mi hermano salió, mi mamá dijo que nos íbamos con él, mi papá cerró con llave la puerta y aquello era sólo gritos y llanto. Entonces yo hablé. Todo el tiempo sólo había llorado, como testigo impotente. Hasta que mi papá dijo algo sobre el respeto que le debíamos. Ese fue el detonante, saqué mis palabras como puñales y sin que la voz me temblara le dije que el respeto se ganaba y él no tenía derecho a reclamar el nuestro; que ni el amor ni el respeto se sentían porque sí... Mi papá se quedó callado, luego dijo que si yo no lo amaba, él ya no tenía razones para vivir, que se iba a pegar un tiro (mi papá tenía un revólver en su mesa de noche). Yo lo miré a los ojos y le dije: "Si te vas a matar, hazlo en el cuarto y evítanos el espectáculo de tu muerte" - sí, esas fueron mis palabras -. Él se fue al cuarto y mi mamá empezó a llorar más duro y a reclamarme por haberle dicho "esas cosas" a mi papá. "Un hombre que le pega a su esposa es un cobarde, mamá, él no se va a matar, no tiene el valor" - eso le dije a mi mamá. Y no se mató. Yo tenía 15 años y mi papá acababa de arrebatarme a mi hermano; el dolor del que salieron mis palabras las convirtió en armas que hirieron a todos. Luego todo volvió a ser "como si nada", salvo que ahora mi hermano no vivía con nosotros. Mi papá y mi mamá empezaron a temerme y su miedo hizo que me convirtieran en la mala de la historia; "insensible" me decía mi mamá a partir de ese momento. Hablar, nombrar... me trajo problemas. Reforcé entonces mi aprendizaje sobre el silencio, sobre callar, disimular, pretender como medio de supervivencia.

Treinta años han pasado... Y hoy sé que puedo hablar desde otro lugar; ya no con la intención de herir, de causar un dolor como el que esté sintiendo... Ni tampoco de culpar.  Hoy elijo hablar para traer luz. Eso es lo que siento cuando escucho a Jesús, sus palabras me ayudan a ver, a comprender; son luz y llenan mi alma de paz, de alegría. Incluso si son duras, difíciles de escuchar, yo sé, yo siento el amor del que vienen.  Eso he sentido al escribir estos días, es muy distinto de las miles de páginas de mis diarios en las que escribía desde el dolor, desde el miedo, desde la rabia y la tristeza y las palabras sólo creaban más sombras, eran como hilos de telaraña en los que me quedaba enredada.

Ese 1988 fue un año crucial en la relación de mis papás, mucho dolor en los dos... Así que la pelea y la ida de mi hermano fueron una erupción que cambió la superficie de la montaña que era nuestra vida, mas la lava seguía bullendo dentro, amenazante. Aquello podría derrumbarse, por eso era necesario callar, no abrir ninguna fisura más; por eso fue necesario callarme. Las palabras pueden derrumbar montañas... Claro, entonces nadie podía pensar siquiera si valía la pena mantener una montaña de mentiras.

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