Tenemos que hablar sobre mi

Bueno... Ni siquiera sé por dónde comenzar. Escribir sobre mí y compartirlo con otros es, quizás, lo más difícil que puedo hacer. Hoy sé que es lo que necesito hacer y, aún así, no me resulta sencillo. Escribir es lo que hago siempre que quiero comprender algo, escribir es mi manera de comunicarme. Escribir sobre lo que sé o sobre lo que me preocupa o inquieta es fácil, hablar sobre ello también es sencillo. Pero hablar de mí, escribir sobre mi experiencia... esto es otra cosa.

¿Por qué ahora? Pues porque hace 14 meses tomé la decisión de serme fiel, de actuar desde mis verdaderos deseos, comprendí que la única manera en que quería seguir viviendo era sin miedo; y cuando oculto algo, cuando me oculto, siento miedo; miedo de ser descubierta.

Resulta que llevo más de 15 años investigando y enseñando sobre el amor, sobre cómo relacionarnos amorosamente —siempre enseñamos lo que necesitamos aprender— y pensé que para poder hacerlo yo debía mostrar que ya sabía, que lo tenía resuelto. Y no. Digamos que lo sé, en mi cabeza, en teoría... He leído los libros, he hechos los cursos, he estudiado el asunto desde muchas fuentes. He visto, también, cómo las personas que ponían en práctica lo que yo enseñaba han aprendido, han encontrado caminos. Así que la teoría está bien, eso que he enseñado sí parece ser un camino. Sin embargo, para mí, en mi vida real, en mi experiencia... Pues no ha sido tan fácil. Y ha sido doloroso, porque yo suponía que era suficiente “saber”... Y sentía vergüenza por no lograrlo. He hecho muchos esfuerzos porque no se notara, porque desde fuera se viera bien. Y se veía bien. Aunque no lo estaba, yo no estaba bien, no era feliz.

Hace un año decidí divorciarme. Y mi vida hoy es muy diferente. El 2016 fue un año de observación. Digamos que he estado en la unidad de cuidados intensivos: observándome, re-conociéndome, re-conectándome. Y uno de mis más difíciles descubrimientos ha sido ver cómo elegí construir a mi alrededor una muralla de silencio. Aprendí a callar. El silencio pareció ser mi aliado, pero en realidad era el terreno en el que crecían el miedo, la culpa y la vergüenza.

Nada “horrible” en realidad, salvo mis verdaderos deseos, mis insatisfacciones, mi tristeza, mi rabia y, también, mi relación con Dios, mis anhelos, mi sensación de ser distinta, de no encajar. Aprendí a callarlo todo. Las razones van desde la mirada extrañada de los otros cuando trataba de nombrar eso que me pasaba hasta su desinterés; desde el miedo a ser rechazada o no amada hasta esa sensación de que era “problema mío”, de que algo estaba mal en mí y, por lo tanto, era asunto mío “resolverlo”.

No en vano creé un blog que se llama “Tenemos que hablar”. Y ahora tengo que hablar de mi experiencia, de mi vida, de mí. Me siento como una tortuga sin caparazón en medio del desierto, expuesta, vulnerable y, también, liviana, sin miedo.

Esto es lo que sé, desde mi experiencia: tenemos que hablar, tenemos que aprender a nombrar, necesitamos deshacer el intrincado código de silencio según el cual vivimos no sólo nuestras relaciones de pareja, sino todas. Nos enseñaron a callar y el silencio nos separa, nos condena a la soledad, nos niega los aprendizajes y también nos impide conocernos —a nosotros mismos y a los otros—. Quizás esta es mi misión... aprender a romper el silencio y, al compartir esta aventura contigo, acompañarte a romper tu propia muralla.

Hacer esto me aterra. Pienso en lo que tú podrás pensar de mí, pienso en que puedo perder tú admiración, incluso tu afecto. Pienso que puedes creer que se trata de un despliegue de vanidad o, por qué no, de una estrategia de mercadeo. Y a la vez, no me había sentido tan tranquila en mucho tiempo. En verdad espero que encuentres en mis palabras, en mi historia, algo valioso para ti.

Un abrazo amoroso,
Carolina.

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