Era domingo, en el primer semestre del 2000. Llevaba unos cuatro meses casada y, como nuestros planes iniciales eran irnos a Monterrey por el trabajo de Camilo, yo no estaba trabajando. Pasaba mucho tiempo sola en casa, escribiendo mi tesis de filosofía sobre la confesión. Así que vivía hacia dentro, por decirlo de alguna manera: leyendo, reflexionando, escribiendo. Era raro parar de leer sobre las "características antropológicas de base" para sacar la ropa de la lavadora o bajarle al arroz... En fin, no tenía con quien conversar porque a Camilo no le interesaban mis reflexiones y, en general, no salía y si lo hacía no era fácil poner el tema que me rondaba en la cabeza y en el alma. Ese domingo estaba sola porque Camilo se había ido a jugar fútbol, estaba lavando la loza cuando las escuché.
Las voces en mi cabeza hablaban entre ellas y se reían. Yo no entendía lo que decían y decidí que se estaban burlando de mí. Se burlaban de lo que yo estaba comprendiendo sobre la confesión y del valor que yo creía que estas comprensiones tenían. Recuerdo que el agua seguía corriendo mientras yo estaba en medio de estas voces, como en un banquillo, llena de miedo y de vergüenza. Cerré la llave y me quité los guantes con mucha conciencia, quizás esperaba que al hacerlo, esta alucinación terminara. Pero seguían allí. Me senté en la sala, con extraña calma, quería comprobar que no perdía la noción de dónde estaba; y no la perdí, yo sabía dónde estaba y quien era al tiempo que escuchaba las voces. Hasta que no soporté más la crueldad de sus risas y me dejé llorar mientras les pedía que se callaran... "No más, por favor, no más" repetí muchas veces hasta que callaron.
No sabía qué hacer, sólo pensé en T. mi amiga sicóloga, la llamé y le conté lo que había pasado sin decirle cuál era el objeto de sus burlas. Al día siguiente fui con ella a donde el siquiatra que me recetó antidepresivos. No volví a escuchar las voces, pero mi confianza en lo que pensaba y escribía se rompió. Dejé de escribir con disciplina, me tardé un año y medio más en terminar la tesis... Y esta desconfianza en el valor de lo que escribo, de lo que pienso y siento, ha hecho que no busque con decisión formas de darlo a conocer. Hoy comprendo que no estaba deprimida, estaba conectada con mi mundo profundo y también con lo divino; la depresión vino después, cuando me desconecté...
Si hubiera hablado con alguien de lo que pasó realmente... pero no sabía cómo ni con quién. Sip, sentía vergüenza tanto de haber oído voces como de eso que empecé a llamar "arrogancia" relacionada con lo que pensaba y escribía.
Antes de que yo naciera, mi mamá tuvo un "problema de nervios" y estuvo en una clínica de "reposo", como las llamaban antes. No sé la causa, ni lo que le pasó allí: nada. ¿Por qué? Pues porque en mi familia de "eso" tampoco se habla. Yo me enteré hace poco y no por mi mamá. Uno de los "valores" familiares era "No perder la cabeza", eso implica tanto las expresiones de la tristeza, del miedo así como de la alegría o del entusiasmo, como la noción de realidad. Así que yo decidí "dejar así", minimizar y olvidar el "incidente".
Hoy llegó a mi este recuerdo y, a través de la escritura, la comprensión del impacto que tuvo para mí quizás porque estoy en el proceso de lanzar el libro Reinventa el Amor y escucho el eco de esas voces, de esa risa... Y necesito aceptar que están ahí para poder deshacerlas, ya conozco las consecuencias de pretender que no están.